lunes, 14 de noviembre de 2011

El testimonio de que lo que veo ha sido

Por: LIYO

Cuando uno escucha hablar a Víctor Bugge nota dos cosas: que es un tipo como cualquier otro (con calle sobre todo), por un lado; y que es una de las personas que mejor ha resumido eso de estar en el lugar y momento justo cuando había que estarlo. Víctor Bugge es, desde 1978 (con todo lo que esto implica) fotógrafo presidencial, y tiene sorprendentemente una mirada que dista mucho de ser la oficial. Fotógrafo de cama adentro (ésto es: adentro de la Casa de Gobierno), conoce como ninguno los pliegues ocultos del Poder, y tiene historias presidenciales que son sencillamente imperdibles.
Fotos a esta altura paradigmáticas, las de Bugge mezclan la cuestión periodística (desde una posición de privilegio) y la artística de una manera casi natural. Una de estas primeras fotos fue de cobacho, a Videla mientras miraba por el ventanal de su oficina en Balcarce 50, esperando la llegada de un mandatario, y fue la que hizo que Bugge decidiera quedarse en la Casa de Gobierno, porque ahí se abría de repente ante sus ojos todo un abanico de posibilidades sobre todo creativas. “Cuando hice esa foto”, dice Bugge, “fallé varias veces. No quería molestarlo. Me costó, y, al tercer intento, lo logré. Al revelarla, me emocioné. No creo que le hubiese gustado enterarse de que alguien lo estaba mirando. Esperé a que pasaran todos los dictadores que tuvieron que pasar para publicarla. No fue algo premeditado. Tampoco la encontré antes. La guardé junto con otras, como aquellas de las madres de desaparecidos alrededor de la Plaza de Mayo. Cuando quise recuperarlas, me falló la memoria y la prolijidad. No sabía dónde las había metido. Estaban todas en la caja de un par de zapatos que había comprado unos años antes, junto al colchón donde duermo las ‘guardias’ en Casa de Gobierno”.
Bugge, más allá de la actitud de cada presidente para con la cámara, tiene plena libertad para trabajar, algo que en un primer momento no pensaríamos si tenemos en cuenta que es el encargado de generar las imágenes oficiales de los Gobiernos de turno. Y este dato, esta libertad en términos creativos, es la razón principal de que Bugge siga desde hace tanto tiempo trabajando en la Casa Rosada. Con el advenimiento de la democracia lo que cambió fue sobre todo su ámbito de trabajo: apareció la gente en los pasillos de la Casa de Gobierno, pasillos que durante el Proceso Militar estaban vacíos. Y con cada presidente que pasó (inclusive los vertiginosos que estuvieron después de los cacerolazos en diciembre del 2001) Bugge vivió momentos muy distintos.
El primero en aparecer fue Alfonsín, alguien que según Bugge entendía muy bien la relación con la cámara. Y de esta etapa Bugge se acuerda de una de las pocas fotos que no fue: “El peor momento de Alfonsín fue el levantamiento de Semana Santa. Cuando el Presidente decide ir a Campo de Mayo, por las mías encaré y me subí al helicóptero. Los dos únicos civiles éramos Alfonsín y yo. Me acuerdo que fue un momento de una tensión terrible. No me olvido más. Al llegar, uno de los edecanes me dice: ‘No sé si salimos de acá’. Después llegamos a la sala donde estaba el general a cargo del Regimiento y había muchos ‘fierros’. Llegó Aldo Rico muy excitado y el que ahora es jefe de la Casa Militar, Julio Hang, le pide que se tranquilice para hablar con el Presidente que lo esperaba. Rico decide desarmarse y entra a hablar con Alfonsín. Esa fue la foto que no hice. No sé qué me pasó, me quedé. No me animé porque sentí que podía romper una situación y complicar más las cosas”.
Y si con Alfonsín llegó la gente a los pasillos de la Casa Rosada, con Menem, en términos fotográficos, iba a llegar el color: “Lo que pasa es que diez años es mucho tiempo y, eso, añadido a que era un generador de imágenes, explosiona. Personalmente, creo que era un tipo al que no le preocupaba la presencia del fotógrafo. Es más, le gustaba”. “Con Menem había que hacer de todo. Ahí pasé a hacer lo que yo quería cuando tenía 20 años: fotógrafo de moda, fútbol, tenis, golf. Menem era un generador continuo de imágenes”. Este contraste, el de las idiosincrasias presidenciales de Alfonsín y de Menem, Bugge lo describe en términos visuales: “Alfonsín era un tipo de traje gris o azul, casi siempre con sus mismos zapatos; Menem estrenó un traje amarillo para recibir a los Rolling Stones mientras Jagger se vino de empleado público. Lo había asesorado Ramón Hernández. Cuando apareció Jagger, Menem, canchero, le dijo ‘Hola Nick’, en vez de Mick. Pero todo bien: los muchachos se comieron toda la pizza y se tomaron todo el champagne. Los tipos invadieron Olivos y Menem peló los Cohiba que le mandaba Fidel Castro. Estaban ahí todos fumando. Fue una fiesta bien Stones. La gente decía que era el quinto Stones”. Pero durante el gobierno de Menem no todo iba a ser en colores, incluso en esta vorágine del derroche y la diversión extraprotocolar iba a ver lugar para el blanco y negro (en términos fotográficos desde la mirada de Bugge, y en términos políticos desde la gestión de Carlos Menem): “Cuando se firma el indulto a los comandantes, es una de las pocas fotos en las que aparece fumando. La expresión es muy dramática. Fue un día muy especial. Menem no fumaba muchos cigarrillos. Lo hacía de vez en cuando, y en momentos especiales. Y generalmente los pedía porque nunca los tenía a mano. Sin duda ése fue el faso del indulto. Representaba un estado de ánimo.”

De la Rúa, a diferencia de Alfonsín y Menem, necesitó un tiempo para entender su presencia, entendimiento que no obstante con el tiempo iba a producirse: “Pasé a De la Rúa”, dice Bugge, “es decir que de un partido de rugby pasé a uno de ajedrez. Al segundo día me llamó, se sentó en el sillón de Rivadavia, me miró a los ojos y me dijo: “Cómo se envejece acá adentro…” “¿Por qué, presidente?” -le pregunté- “Porque estoy viendo cómo entró Alfonsín y cómo se fue”, me contestó. “A partir de este momento”, me dijo, “vamos a hacer una foto por año para ver qué me pasa a mí”. No tuve tiempo, la segunda foto fue cuando se iba del despacho y la última fue en la terraza, con el helicóptero”. “El día del helicóptero corro a la terraza”, dice Bugge precisamente por esta segunda foto, “y uno de los jefes de seguridad no me deja pasar. Yo quería subirme y viajar con De la Rúa, aunque sea en una hélice. Lo curioso es que al otro día vuelve a la Casa Rosada para irse por la puerta y que no parezca una huida. Pero la imagen del helicóptero ya había salido en todos los diarios del mundo. ¿Qué hizo ese día que volvió? Se puso a firmar fotos. Ahí sobre la mesa tenía la carta de renuncia, las fotos que estaba firmando y un papelito con los nombres de las personas a las que le tenía que dedicar su retrato. Increíble.”
La mirada de Bugge hacia los presidentes es la de un fotógrafo. Son en mayor medida imágenes las que reflejan a los presidentes en las historias de Bugge. Con los Kirchner (los presidentes pasan y Víctore Bugge sigue teniendo una cama adentro de la Casa Rosada) también hizo su trabajo: “En un viaje en Tucumán (con Néstor Kirchner) hicimos 18 kilómetros y lo único que veíamos era hambre, miseria, casa de cartón, olores terribles, perros, armas, chicos descalzos, sin dientes. Kirchner quedó conmovido. Él es un tipo que va en un auto a toda velocidad. Esa es la imagen. Parece estar todo el tiempo contenido y cuando ve gente, descarga. Se tira adentro de la gente sin medir nada.”
Esta permanencia constante por más de 30 años al lado del Mayor Poder de la República lo posiciona en un lugar impensado por él mismo cuando empezó con su trabajo. Cuando visita España con un nuevo jefe de Gobierno, el Rey Juan Carlos lo saluda con un ‘¿qué tal Víctor?’, cosa que sorprende hasta a los propios políticos argentinos. Charly García lo llamó una vez y le dijo ‘vos sos el fotógrafo del Poder y en Argentina el Poder soy yo’. Bugge tiene una serie de 300 fotos de Charly.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

VÍCTOR BUGGE, JEFE DE FOTOGRAFÍA DEL GOBIERNO DE LA NACIÓN ARGENTINA

Por: Marta Molina


«En la Casa Rosada, el tiempo se hace cargo de las imágenes» 


Lleva 27 años mostrando la cara de los que ocupan el espacio de Casa de Gobierno. Autor de una fotografía que «nunca fue oficialista», Víctor Bugge abre el obturador de su Nikon y, después de medir la luz, hace encuadre desde el ventanuco de su oficina, una suerte de cabaña en el interior de la Casa Rosada. En ese espacio, un equipo de ocho personas se encarga de trabajar la actualidad antes que el retrato político. El ascensor que servía a la intimidad de Evita y Perón nos transporta a un laboratorio por cuyo líquido revelador ha pasado gran parte de la Historia argentina.

Fotografía no oficialista desde el oficialismo de la Casa de Gobierno.
Mi fotografía no es oficialista. Llegé a la Casa de Gobierno en 1978 y, recién ahí, descubrí que se podía hacer otra cosa con lo oficial. Videla, mirando por la ventana de su despacho, esperando la llegada de un mandatario, no recuerdo quién, es un ejemplo. Cuando hice esa foto, fallé varias veces. No quería molestarlo. Me costó, y, al tercer intento, lo logré. Al revelarla, me emocioné y, desde entonces, sigo mostrando de una manera distinta a los que ocupan el poder.
Y ¿qué pensaría Videla de esas fotografías?
No creo que le hubiese gustado enterarse de que alguien lo estaba mirando. Esperé a que pasaran todos los dictadores que tuvieron que pasar para publicarla. No fue algo premeditado. Tampoco la encontré antes. La guardé junto con otras, como aquellas de las madres de desaparecidos alrededor de la Plaza de Mayo. Cuando quise recuperarlas, me falló la memoria y la prolijidad. No sabía dónde las había metido. Estaban todas en la caja de un par de zapatos que había comprado unos años antes, junto al colchón donde duermo las guardias en Casa de Gobierno.
Eran fotografías robadas, entonces.
Lo eran. Las hacía con mucho temor a ser visto. No estuve en situaciones complicadas, pero al fin y al cabo era un empleado de la burocracia de entonces, con muertos, desaparecidos y todo. Son las fotos del Proceso, las que hicimos los de afuera dentro del protocolo. El tiempo se hizo cargo de las imágenes.

RETRATOS DEL PODER
Fotografía casi 30 años de política argentina. Usted dijo en una ocasión que «quería cambiarle la cara a los presidentes». 
No era cambiarles la cara, era mostrar su cara. Cuando entré alaburar en Casa de Gobierno tenía 21 años. Había pasado ya por Atlántida. No me gustó lo que vi del poder y regresé a la editorial, donde hacía una fotografía más de actualidad. Allá, descubrí que podía llegar a hacer lo mismo con los que manejaban el poder y regresé.
Consigue retratar la cara del poder, pero queda claro para el público que lo que retrata es la cara de la amargura el triunfo, la angustia, el abatimiento, la congoja, el desasosiego...
Yo nunca traicioné con la cámara. Trato de que se vea lo que está pasando. No tengo otra intencionalidad que esa. No creo haber molestado a los presidentes con los que he trabajado. El que se enoja es porque está intentando ocultar algo. Mi padre, que fue el reportero gráfico número 15 de la Argentina, me enseñó que hay que ser decente con la cámara. Andar por el mismo lado. Saber frenar y retroceder.
Un intruso del poder que espía por la mirilla de Casa de Gobierno.
Uno es un espía, sí, un intruso. Soy el responsable de que lo que pasa acá dentro lo puedan ver los que están allá fuera. Me encargo de mostrar otra cara de los de arriba. Desde la rutina, descubrí todo esto. Tienes dos opciones: o sos rutinario o dentro de la rutina descubrís cosas.
Nunca le echaron para atrás un trabajo.
Nunca. Soy el responsable de esas fotografías. No tengo censor y tampoco control alguno. Yo vengo, las edito y las mando. Por ahí, a los presidentes no les gusta que les muestre como son, pero está dentro de mi decencia.
Pero su mirada comenzó a tomar un tono diferente con la llegada de la democracia. 
Había otra gente en la calle, fotografiabas otras cosas, se escuchaban otros ruidos y se olían otros olores. Y, después la democracia termina así, en una imagen de la espalda de uno que se va y de la de otro que viene: Menem y Alfonsín en la Quinta Presidencial de Olivos. El que llega, sacando pecho, y el que se va, derrotado. Alguien que estuvo preso me explicó una vez que la posición de los brazos de Alfonsín es la de quien sufre encierro en un calabozo, sin espacio. Hace reflexionar. Era un hombre, ya sin posibilidades de moverse.
Una jugada, entonces, que le salió redonda, la de mostrarlos como son.
Una cuestión de suerte y perseverancia. Yo creo que soy un tipo con mucha suerte. Más allá de que soy un sacrificado, de que sacrifiqué mucho emocionalmente. Aparte, todo está asociado al cariño que vos le ponés a las cosas, es una moneda de ida y vuelta.

OFICIALISMO DE MUSEO

Y han sabido reconocérselo, su fotografía tiene categoría de artística.

Es algo que me llama la atención en un país como la Argentina, donde nadie reconoce los aciertos de los otros. Mi trabajo es reivindicado tanto por grandes intelectuales del periodismo como por el menor de los estudiantes de fotografía. Pero mis fotos, más que artísticas, son narraciones de la Historia. Apoyan al texto, le aportan, pero nunca lo reemplazan.
Siete presidentes y millones de fotografías. Bugge y Presidencia, ¿cuál es la imagen?
Me di cuenta de que no es una. Todas conforman la Historia. Como dije antes, el tiempo se hace cargo de las imágenes. Sirven para restaurar la memoria. La memoria de un país y la memoria de los que lo hicieron o lo destruyeron. Me encargué de que el periodo histórico que me tocó vivir en Presidencia quede plasmado. No lo van a poder ocultar, por mucho que busquen y las destruyan, mis fotografías son distribuidas a cientos y miles de medios de comunicación.
Y lo reunió todo.
Fue tras la época de Malvinas. Tenía fotografiadas secuencias de los informativos televisivos. Después, llegaron las de Alfonsín, su principio y su final. Me pareció terrible todo el material que tenía. Terrible con esto y terrible con lo otro. Entonces,  lo quise mostrar todo junto, unido.
Videla, Viola, Galtieri, Bignone...
El Proceso. Mi fotografía no la puedo ver sin el Proceso. De esa época rescato las fotografías de Videla asomado a la ventana de su despacho y las de Galtieri, el hombre desestructurado, alcoholizado y arrodillado frente al Papa cuando éste viene a interceder en el conflicto de las Malvinas.
Raúl Alfonsín, con la etiqueta de democracia.
Y el fin de la democracia de Alfonsín, sobre todo, con la crisis. Fue una buena etapa en mi carrera. Con Alfonsín se jerarquizó la fotografía que se emitía desde Gobierno. Los medios no cerraban hasta que no llegaba el material de Presidencia. En ocasiones, se le daba más importancia que al que ellos mismos generaban. Es más, hoy continúa así, me lo dicen los editores. En momentos puntuales, se aguanta hasta que llega el trabajo de Presidencia.
Menem, todo un producto para retratar, el travestismo político, dicen. 
Lo que pasa es que diez años es mucho tiempo y, eso, añadido a que era un generador de imágenes, explosiona. Personalmente, creo que era un tipo al que no le preocupaba la presencia del fotógrafo. Es más, le gustaba.
Y que posó en todo tipo de situaciones: junto a la farándula, el deporte, mandatarios de todo signo y color e, incluso, en el entierro de su hijo.
Esa foto, la de Menem llorando la muerte de su hijo, la hice apoyado a los hombros de Maradona. Diego había ido al cementerio. En un momento, Menem nos miró y se fue directo a la tumba, a llorar. Me emocionó, no fui capaz de acercarme y, para sacarlo, le pedí a Diego que me diera su hombro.
A Menem le siguió De la Rúa. Un hombre no demasiado goloso para la cámara, hasta su final.
De la Rúa no entendía qué hacía yo. Hasta que un día se dio cuenta. Del 20 de diciembre, está fotografiada toda la intimidad.Fue él quien directamente me pidió que le sacara la foto “que le tenía que sacar”, la de su salida. Capté el despegue del helicóptero presidencial, pero no conseguí fotografiarlo a él, su cara, su expresión. Me iba a subir dentro, pero me alcanzó un milico que no me dejó. Habían cambiado la seguridad 48 horas antes y el tipo no me conocía.
Momentos difíciles para la Argentina, el cacerolazo y la población descreída del poder.
Eran las 2:30 de la madrugada del 20 de diciembre. No quedaba nadie en Presidencia, salvo Seguridad y yo. Me dije: “Me quedo. Esto se va a la mierda”. Así es: fotografié también a las madres de Plaza de Mayo en el 78, desde un pequeño ventanal en mi oficina, donde casi no se atisba nada. Colgué luego del 20 de diciembre en La Plata. Tenía miedo. La gente no quería ver un político ni en pintura. No fue así, me pidieron que ampliara la muestra. Me empecé a dar cuenta de que la gente quiere ver la Historia.

EL GRAN ANGULAR
Bugge, el gran angular de la Historia.
No sé si tanto eso, pero pude ver y vivir cosas que la gente solo escuchaba o conocía por lo que otros contaban con poco acierto. Me alegro de haber entrado en el Kremlim en la etapa de Gorbachov, cuando la gente creía en la existencia delteléfono rojo. Busqué como loco ese teléfono. Había miles de aparatos, pero ninguno rojo. Fotografié a Gorbachov y Alfonsín juntos, rodeados de cientos de aparatos, ninguno de ese color. (Ríe).
¿Tampoco Kirchner le echó para atrás una fotografía?
Nunca, ni siquiera me exige asistencia a los actos, aunque sé que no puedo estar ausente. Yo fotografío, envío y edito sin el control de nadie. Tengo completa libertad para trabajar, sino no saldría lo que sale.
Al Presidente lo fotografía de forma distinta a sus predecesores: cariñoso con su esposa Cristina, aplaudido y rodeado de multitudes, sonriente.
Fue una etapa que ya pasó. No obstante, existe una  buena relación con la primera dama. Podemos mostrarlos así.
Y de otras primeras damas como Evita. Usted entró a Casa de Gobierno muerta Evita y muerto Perón, ¿se quedó con las ganas de fotografiarlos?
Sí. Me falta esa fotografía y me faltan otras. Aunque a los de acá los cubrí a todos y a los de otros lados, también. Son más de 25 años. Cuando visito España con un nuevo jefe de Gobierno, el Rey Juan Carlos se para a saludarme con un «¿qué tal estás, Víctor?». Sorprende hasta a los políticos argentinos.
Perón, ¿el personaje?
No, el personaje de la Argentina fue y es Maradona. Es a quien la política convocó siempre. Una figura, lo más parecido a Dios, presente en todos los ámbitos. Ayer le hice una nota. Fui el único tipo al que se paró a saludar y nos habremos visto diez veces, pero a fin de cuentas somos como grandes amigos. Hay cosas que no se cuentan pero que se dicen con las miradas y yo tengo esa relación con Maradona. Me pasa con dos o tres personas. Con Charly García es algo parecido. Yo no los molesto y ellos me reconocen. Pero además de Diego, Charly, Menem o las madres hay mucha otra gente para fotografiar.
Esas otras caras —las de sindicalistas, empresarios, funcionarios, artistas o meros ciudadanos—, recurrentes y no presidenciales.
De anónimos también, como la de la chica muerta en el tiroteo de La Tablada en 1987. Los ojos de un presidente, Alfonsín, mirando un cuerpo totalmente destruido por las balas. Pero no me gusta destacar imágenes. Me cuesta desprenderlas de un todo. Porque hay fotografías, hay momentos y hay personas.
Y ¿mañana?
Mañana, sacaremos algunas fotos.