lunes, 30 de julio de 2012

Sólo para presidentes

Hace más de 30 años que Víctor Bugge es el fotógrafo de los presidentes argentinos, una profesión a la que le dedica su vida. El resultado de su trabajo es el relato histórico en imágenes.



“No puedo elegir una foto, lo mío es un relato”, dice el fotógrafo presidencial Víctor Bugge. El relato de la historia argentina que escribe desde 1978 con imágenes “oficiales pero no oficialistas”, como le gusta decir, y que repasa en diálogo con La Voz del Interior
Presidenta caminando alrededor del féretro de su marido, una de las imágenes del velatorio de Néstor Kirchner que más tapas ocupó en los medios locales y que más se difundió por el mundo.
Único reportero gráfico autorizado en el velorio, Bugge habla de su responsabilidad en ese momento: “Estaban todos los medios esperando y había que sacar la primera foto. Al entrar en el Salón de los Patriotas sentí que lo único que iba a hacer ruido ahí era mi cámara, pero me relajé un poco cuando obturé y noté que no pasaba nada. Mi idea era mostrar al matrimonio, lo que siempre vi más allá de la pareja, al matrimonio político”. Idea que logró plasmar cuando la Presidenta regresó de saludar a una mujer que la había llamado. “Me impresioné al ver la foto en la cámara digital. Yo quería juntarlos y lo logré”.
En la Casa de Gobierno, Bugge nos recibe en su oficina, a la que se llega por escaleras estrechas. Es un espacio con aires de buhardilla bohemia, las paredes tapizadas, por supuesto, de fotos. En medio de la charla, el hombre que se niega, risueño, a elegir una foto preferida, porque lo suyo es un relato, y “para que no se pongan celosas las otras”, señala dos imágenes emblemáticas: “Mira ésa del año ’89: Menem, espalda erguida, una mano en el bolsillo, camina por Olivos junto a Alfonsín, las manos entrelazadas en la espalda algo encorvada, cuando acordaron el traspaso adelantado del poder. Y mira la otra (la de Cristina en el velatorio). 21 años después logro esta foto que define otro momento terrible de la Argentina”. Y que define también su mirada entrenada, acotamos.
“Y respetuosa”, responde, y volverá a decirlo. Esa mirada que aprendió a ejercitar a pura práctica, cuando su padre Miguel, fotógrafo y fallecido hace unos meses, le colgó una cámara al cuello: “¿Querés ser fotógrafo? Andá, saca”, le dijo.
Bugge se entusiasma al recordar sus inicios y a sus maestros, a quienes les antepone el “don” para nombrarlos. Por respeto, claro, por admiración.
–Empecé de la mano de papá, que era fotógrafo del diario La Nación . Ahí, en el viejo edificio de la calle San Martín, tuve la suerte de conocer a Don Juan Di Sandro, que fue y es, pese a que ya no está, uno de los grandes maestros de la fotografía argentina; las fotos que sacó él son irremplazables. Y colaboré para el diario en 1978, haciendo los festejos del Mundial. Ese mismo año entré en la Casa de Gobierno, estando Videla de presidente.
–¿Cómo llegó allí?
–Por don Higinio González, que había sido compañero de papá en La Nación , y autor de la foto de Videla, Massera y Agosti gritando el gol en la cancha de River, una foto impresionante.
Pero a los 20 años se aburrió rápido de la actividad protocolar y pidió una licencia sin goce de sueldo. “Fui a colaborar a la Editorial Atlántida, y ahí descubrí fotógrafos que se destacaban en deportes, en modas u otros temas. Entonces, pensé en volver a la Casa de Gobierno y dedicarme a la fotografía política, que todavía no estaba muy definida, porque lo que se hacía, sin desmerecer a nadie, era más que nada corte de cinta”.
“Faltaba la gente”
Llegó, entonces, la imagen que le señaló el camino que buscaba, con la que empezó su relato.
“Fue la foto que logré sacarle a Videla en la soledad del despacho presidencial, una foto no menor para la época porque no era fácil hacer ruiditos en el despacho. Quizá nunca sea fácil molestar a un presidente en la intimidad del despacho. Pero ni bien la revelo me doy cuenta de que era el estilo que quería hacer. Y así empecé, hasta hoy, tratando, primero, de que no sea la fotografía oficialista y, segundo, de mostrar a los presidentes como son: personas de carne y hueso”.
–¿Cómo era el ambiente en la Casa Rosada durante el Proceso? –Todo era sumamente protocolar y querer encontrar acá las situaciones que vivimos después era muy difícil. Nuestra actividad se limitaba a ir cuando nos llamaban, cubrir la actividad, copiar la foto y mandarla a los medios.
En la sucesión de presidentes de facto, la memoria de Bugge se detiene sobre dos fotos. “La asunción de Viola. Era la transmisión de mando y él estaba solo, faltaba la gente. Claro, uno con el tiempo compara y con la vuelta de la democracia se hizo evidente la ausencia de gran parte de la sociedad en aquella época; pero yo la sentí al sacar esa foto. Otra que recuerdo, durante Malvinas, es la de Galtieri en el balcón frente a la plaza llena, sintiéndose quizá Perón, o vaya a saber quién.”
Los pasillos vacíos en la Casa de Gobierno es otro recuerdo que guarda como foto de aquellos años grises, cuando el gobierno trataba de ocultar el terrorismo de Estado entre gritos de goles mundiales y calcomanías que proclamaban: “Los argentinos somos derechos y humanos”.
Del saco azul a la falda
Para un hombre que piensa constantemente en imágenes, el golpe de timón que impulsó el regreso de las urnas aparece en una imagen rotunda: “La foto es el 10 diciembre de 1983, Raúl Alfonsín en el balcón del Cabildo. Hasta ahora no hay otra que la reemplace”, se ufana.
Con gestos que se expanden al acompañar las palabras, Bugge remarca el contraste de estilos con su sucesor. “Alfonsín era un hombre de saco azul y pantalón gris, Menem se puso un traje amarillo para recibir a los Rolling Stones, que vinieron con saco azul y pantalón gris”.
La cámara de Bugge tuvo para entretenerse: “Menem fue un generador permanente de imágenes, desde el cabecita famoso con Pelé en el despacho, a las fotos con Maradona, los Rolling Stones...”. De esos años también es la primera foto que sacó a un presidente llorando, cuando ocurrió la muerte de Carlitos Menem.
Y de un cruzarse constantemente con artistas, empresarios y deportistas, los pasillos de la Casa Rosada empezaron a despejarse con De la Rúa, quien tras ver las fotos de llegada y de partida de Alfonsín, lo llamó apenas asumió. “¿Cómo se envejece acá?”, le preguntó a un sorprendido Bugge. Mantuvieron una relación compleja. “Él no entendía mis fotos, pero el último día, el 20 de diciembre, tuvo un gesto de reconocimiento impresionante a mi trabajo cuando me dijo: ‘Vení, vamos a hacer la última’, que fue la imagen famosa de él partiendo.”
A lo largo de una de las paredes de la oficina-buhardilla, una secuencia de fotos muestra la tempestad política, la seguidilla de presidentes a fines de 2001. De la Rúa, Puerta, Rodríguez Saá, Camaño y Duhalde, todos parados, junto al sillón de Rivadavia. “Alguno ni se llegó a sentar”, dice. Y al tiempo que destaca, en contraste con De la Rúa, la hiperactividad de Rodríguez Saá, recuerda a Duhalde como “el que empezó a traer la tranquilidad política”.
Enseguida, una anécdota elocuente con el entonces titular de la Cámara de Diputados: “Ese 31 de diciembre eran como las 10 de la noche cuando me llama un colaborador de Camaño para avisarme que venía. ‘Bueno’, le dije, ‘pero decile que nos tenemos que ir a comer, que es fin de año’. Y se lo dijo, y yo no sabía adónde meterme. Al fin, Camaño estuvo un rato mirando los cajones del escritorio, encontró una virgencita,la dejó ahí y se fue. Y nos pudimos ir todos a pasar el fin de año a casa”.
Bugge se pasa, de nuevo, una mano por la cara, y sigue con el relato: “La primera foto impresionante de Kirchner fue cuando le lastimaron la frente con una cámara, y de ahí en más todo lo que se te pueda ocurrir. Kirchner rompió el protocolo absolutamente, sobre todo por el contacto con la gente. No vi a ningún presidente hacer lo que hizo él, de tirarse de un escenario, de abrir la puerta del despacho a los chicos de los colegios y decirles ‘Siéntense a gobernar que yo me voy a Olivos’. Tuvo un trato con la gente diferente a todos, un contacto cuerpo a cuerpo”.
–Y después, el desafío de fotografiar a una mujer.

–Y sí, porque ¿qué pasa si le sacás una foto a tu hija y sale mal (se ríe)?, pero Cristina fotografía muy bien. No me gusta proponerle fotos a los presidentes, pero el día que asumió le pedí que se sentara en el sillón con los atributos. Esa fue mi primera foto interesante de ella, después de la foto que el marido le entrega los atributos, que era toda una novedad.
Y cuenta que Cristina reconoce su tarea. “Hay imágenes y fotografías que son más fuertes que mil palabras”, dijo la Presidenta, emocionada, cuando en la última cumbre iberoamericana le regaló al presidente brasileño una obra de arte inspirada en una foto de Bugge, que muestra a Néstor Kirchner y a Lula unidos en un abrazo. “Un reconocimiento inolvidable”, asegura.
El paso del hombre
Fuera de la Casa de Gobierno y dentro de la desparecida cárcel de Caseros, la cámara de Bugge escribió una página aparte. Acaso marcado por el legado de su padre, el fotógrafo de los presidentes fue en busca de otro legado en el edificio vacío para reconstruir otra historia. Un eco de aquellos días suena en el tono de su voz. “Quería ver qué había dejado el paso del hombre. Fue una experiencia muy fuerte la soledad de la cárcel. Había una energía que me hacía doler el cuerpo cada vez que entraba. Saqué 6.000 fotos de lo que estaba escrito en las paredes, y de grandes dibujos, obras de arte. Lamenté muchísimo que la tiraran abajo porque habría sido un museo impresionante del paso del hombre”.
Con cuatro hijos, Bugge se ilusiona con Víctor, que continúa la tradición familiar iniciada por el abuelo Miguel y que sigue sus pasos en la Rosada. “Es el que va a heredar mi cámara”.
–¿Qué hace en su tiempo libre?
–Estoy acá (ríe).
–Entonces nada de deportes ni de pasatiempos.
–Cocino bien, pero nada más. Es que estoy todo el día pensando en la fotografía, en generar imágenes, todo lo veo a través de una cámara. Por ahí se me volaron algunos pajaritos (se ríe), pero esta profesión es así.
Como a los presidentes, como a las paredes de Caseros con sus huellas humanas, Bugge busca personas con su cámara. “Me gusta fotografiar a la gente, pero con respeto. Una vez miraba a un fotógrafo sacando fotos a una persona comiendo de la basura, que se iba contento como si hubiese cazado una presa, y le pregunté por qué antes no se acercó a hablarle al hombre. Yo también me encontré con gente en estado de promiscuidad y eran tipos que habían leído más que cualquier profesor de literatura, y eso me marcó mucho. Uno no puede agredir con una cámara más de lo que el sistema o la vida agredieron al tipo, porque hay que estar comiendo ahí. Eso de ir de caza yo no lo acepto como profesional”.
–Además de lo que aprendió con sus maestros, ¿qué le enseñó la fotografía en estos años? Bugge vuelve a pasarse una mano por su cara, se queda pensando:
–Me enseñó a vivir, a respetar al otro. Detrás de la cámara debe haber alguien respetuoso.
“Esta es mi vida”
A los 54 años y con más de 30 de profesión, la carrera de Bugge puede compararse con la del fotógrafo papal Arturo Mari, que trabajó cerca de 50 años en el Vaticano y con la de Santiago Borja, fotógrafo de la familia real española desde hace más de 30. “Pero no hay antecedentes en el mundo de un fotógrafo presidencial durante tantos años”, dice Bugge. Y por eso, en el futuro se vislumbra tratando de organizar su obra, su experiencia. “Los muchachos jóvenes, los estudiantes, me piden muchos consejos; entonces la idea es buscar un lugar para compartir tantos años de trabajo. Muchos me dicen que estoy en una posición privilegiada, ¡pero es una posición que exige mucho más!”.
–¿Cómo es su relación con los presidentes?
–Cordial. Hablo más con ellos cuando se van, porque mientras están en función una relación de amistad puede inhibirme como profesional. Trato de hacer mi trabajo sin hablar, de hablar con la cámara.
–¿Alguna vez pensó en irse de acá?
–Tuve momentos de duda, pero adónde voy a ir. Pasé aquí más de la mitad de mi vida, esto es mi vida. Yo amo lo que hago, soy un fanático de mi trabajo. Sí, me gustaría tener un lugar para mostrar mi trabajo de manera continua.
–Porque ha expuesto varias veces.
–Por casi todo el país. Al principio creí que a la gente no le gustaría ver fotos de políticos, pero debo tener más de 20 firmas de los visitantes y son todos elogios. La posibilidad de recordar, de ver todo lo que pasó, la gente la agradece mucho.
–¿Y alguna vez pensó que se iba por decisión de otro?
-Y... sí. Cuando llegaron los radicales creían que yo era del Proceso; los peronistas, que era radical; hasta que se van dando cuenta de que yo no soy político, que hago fotos. Aparte, soy un agradecido a los medios porque todo el arco ideológico del periodismo valora mi material.
Sé que en algunos momentos paran las rotativas esperando las fotos de Presidencia, y eso me hace bien, me da energía para rato. En la administración pública podés cobrar el sueldo y desarrollar tu actividad, pero además podés agregarle valor con el cariño y las ganas que le ponés a la profesión. Y es lo que trato de hacer, se lo deberé a mi papá, a mis maestros.
Alejado completamente del Photoshop, que dejará para divertirse cuando se jubile, Bugge elogia la digitalización, la foto al instante. “Pero me preocupa la durabilidad de las imágenes porque los archivos se van perdiendo. Otro problema es el abuso que permite la cámara digital, porque la fotografía siempre es una, no son dos ni 10, es una.” Del tiempo de la fotografía analógica resalta los viajes, cuando “tenía que armar la cubeta en el baño; en el inodoro, la ampliadora; en el bidé, el revelador; oscurecer los vidrios, revelar dentro de un ropero. Ahora sacás la tarjeta, la ponés en la computadora y en cinco minutos tenés la fotos para mandar”.

Fuente:  http://www.lavoz.com.ar/suplementos/temas/solo-para-presidentes#

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