Hace
más de 30 años que Víctor Bugge es el fotógrafo de los presidentes
argentinos, una profesión a la que le dedica su vida. El resultado de su
trabajo es el relato histórico en imágenes.
“No puedo elegir una foto, lo mío es un relato”, dice el fotógrafo
presidencial Víctor Bugge. El relato de la historia argentina que
escribe desde 1978 con imágenes “oficiales pero no oficialistas”, como
le gusta decir, y que repasa en diálogo con La Voz del Interior
Presidenta caminando alrededor del féretro
de su marido, una de las imágenes del velatorio de Néstor Kirchner que
más tapas ocupó en los medios locales y que más se difundió por el
mundo.
Único reportero gráfico autorizado en el velorio, Bugge
habla de su responsabilidad en ese momento: “Estaban todos los medios
esperando y había que sacar la primera foto. Al entrar en el Salón de
los Patriotas sentí que lo único que iba a hacer ruido ahí era mi
cámara, pero me relajé un poco cuando obturé y noté que no pasaba nada.
Mi idea era mostrar al matrimonio, lo que siempre vi más allá de la
pareja, al matrimonio político”. Idea que logró plasmar cuando la
Presidenta regresó de saludar a una mujer que la había llamado. “Me
impresioné al ver la foto en la cámara digital. Yo quería juntarlos y lo
logré”.
En la Casa de Gobierno, Bugge
nos recibe en su oficina, a la que se llega por escaleras estrechas. Es
un espacio con aires de buhardilla bohemia, las paredes tapizadas, por
supuesto, de fotos. En medio de la charla, el hombre que se niega,
risueño, a elegir una foto preferida, porque lo suyo es un relato, y
“para que no se pongan celosas las otras”, señala dos imágenes
emblemáticas: “Mira ésa del año ’89: Menem, espalda erguida, una mano en
el bolsillo, camina por Olivos junto a Alfonsín, las manos entrelazadas
en la espalda algo encorvada, cuando acordaron el traspaso adelantado
del poder. Y mira la otra (la de Cristina en el velatorio). 21 años
después logro esta foto que define otro momento terrible de la
Argentina”. Y que define también su mirada entrenada, acotamos.
“Y
respetuosa”, responde, y volverá a decirlo. Esa mirada que aprendió a
ejercitar a pura práctica, cuando su padre Miguel, fotógrafo y fallecido
hace unos meses, le colgó una cámara al cuello: “¿Querés ser fotógrafo?
Andá, saca”, le dijo.
Bugge se entusiasma al recordar sus inicios
y a sus maestros, a quienes les antepone el “don” para nombrarlos. Por
respeto, claro, por admiración.
–Empecé de la mano de papá, que
era fotógrafo del diario La Nación . Ahí, en el viejo edificio de la
calle San Martín, tuve la suerte de conocer a Don Juan Di Sandro, que
fue y es, pese a que ya no está, uno de los grandes maestros de la
fotografía argentina; las fotos que sacó él son irremplazables. Y
colaboré para el diario en 1978, haciendo los festejos del Mundial. Ese
mismo año entré en la Casa de Gobierno, estando Videla de presidente.
–¿Cómo llegó allí?
–Por
don Higinio González, que había sido compañero de papá en La Nación , y
autor de la foto de Videla, Massera y Agosti gritando el gol en la
cancha de River, una foto impresionante.
Pero a los 20 años se
aburrió rápido de la actividad protocolar y pidió una licencia sin goce
de sueldo. “Fui a colaborar a la Editorial Atlántida, y ahí descubrí
fotógrafos que se destacaban en deportes, en modas u otros temas.
Entonces, pensé en volver a la Casa de Gobierno y dedicarme a la
fotografía política, que todavía no estaba muy definida, porque lo que
se hacía, sin desmerecer a nadie, era más que nada corte de cinta”.
“Faltaba la gente”
Llegó, entonces, la imagen que le señaló el camino que buscaba, con la que empezó su relato.
“Fue la foto que logré sacarle a Videla en la soledad del despacho
presidencial, una foto no menor para la época porque no era fácil hacer
ruiditos en el despacho. Quizá nunca sea fácil molestar a un presidente
en la intimidad del despacho. Pero ni bien la revelo me doy cuenta de
que era el estilo que quería hacer. Y así empecé, hasta hoy, tratando,
primero, de que no sea la fotografía oficialista y, segundo, de mostrar a
los presidentes como son: personas de carne y hueso”.
–¿Cómo era el ambiente en la Casa Rosada durante el Proceso?
–Todo era sumamente protocolar y querer encontrar acá las situaciones
que vivimos después era muy difícil. Nuestra actividad se limitaba a ir
cuando nos llamaban, cubrir la actividad, copiar la foto y mandarla a
los medios.
En la sucesión de presidentes de facto, la memoria de
Bugge se detiene sobre dos fotos. “La asunción de Viola. Era la
transmisión de mando y él estaba solo, faltaba la gente. Claro, uno con
el tiempo compara y con la vuelta de la democracia se hizo evidente la
ausencia de gran parte de la sociedad en aquella época; pero yo la sentí
al sacar esa foto. Otra que recuerdo, durante Malvinas, es la de
Galtieri en el balcón frente a la plaza llena, sintiéndose quizá Perón, o
vaya a saber quién.”
Los pasillos vacíos en la Casa de Gobierno
es otro recuerdo que guarda como foto de aquellos años grises, cuando el
gobierno trataba de ocultar el terrorismo de Estado entre gritos de
goles mundiales y calcomanías que proclamaban: “Los argentinos somos
derechos y humanos”.
Del saco azul a la falda
Para
un hombre que piensa constantemente en imágenes, el golpe de timón que
impulsó el regreso de las urnas aparece en una imagen rotunda: “La foto
es el 10 diciembre de 1983, Raúl Alfonsín en el balcón del Cabildo.
Hasta ahora no hay otra que la reemplace”, se ufana.
Con gestos
que se expanden al acompañar las palabras, Bugge remarca el contraste de
estilos con su sucesor. “Alfonsín era un hombre de saco azul y pantalón
gris, Menem se puso un traje amarillo para recibir a los Rolling
Stones, que vinieron con saco azul y pantalón gris”.
La cámara de
Bugge tuvo para entretenerse: “Menem fue un generador permanente de
imágenes, desde el cabecita famoso con Pelé en el despacho, a las fotos
con Maradona, los Rolling Stones...”. De esos años también es la primera
foto que sacó a un presidente llorando, cuando ocurrió la muerte de
Carlitos Menem.
Y de un cruzarse constantemente con artistas,
empresarios y deportistas, los pasillos de la Casa Rosada empezaron a
despejarse con De la Rúa, quien tras ver las fotos de llegada y de
partida de Alfonsín, lo llamó apenas asumió. “¿Cómo se envejece acá?”,
le preguntó a un sorprendido Bugge. Mantuvieron una relación compleja.
“Él no entendía mis fotos, pero el último día, el 20 de diciembre, tuvo
un gesto de reconocimiento impresionante a mi trabajo cuando me dijo:
‘Vení, vamos a hacer la última’, que fue la imagen famosa de él
partiendo.”
A lo largo de una de las paredes de la
oficina-buhardilla, una secuencia de fotos muestra la tempestad
política, la seguidilla de presidentes a fines de 2001. De la Rúa,
Puerta, Rodríguez Saá, Camaño y Duhalde, todos parados, junto al sillón
de Rivadavia. “Alguno ni se llegó a sentar”, dice. Y al tiempo que
destaca, en contraste con De la Rúa, la hiperactividad de Rodríguez Saá,
recuerda a Duhalde como “el que empezó a traer la tranquilidad
política”.
Enseguida, una anécdota elocuente con el entonces
titular de la Cámara de Diputados: “Ese 31 de diciembre eran como las 10
de la noche cuando me llama un colaborador de Camaño para avisarme que
venía. ‘Bueno’, le dije, ‘pero decile que nos tenemos que ir a comer,
que es fin de año’. Y se lo dijo, y yo no sabía adónde meterme. Al fin,
Camaño estuvo un rato mirando los cajones del escritorio, encontró una
virgencita,la dejó ahí y se fue. Y nos pudimos ir todos a pasar el fin
de año a casa”.
Bugge se pasa, de nuevo, una mano por la cara, y
sigue con el relato: “La primera foto impresionante de Kirchner fue
cuando le lastimaron la frente con una cámara, y de ahí en más todo lo
que se te pueda ocurrir. Kirchner rompió el protocolo absolutamente,
sobre todo por el contacto con la gente. No vi a ningún presidente hacer
lo que hizo él, de tirarse de un escenario, de abrir la puerta del
despacho a los chicos de los colegios y decirles ‘Siéntense a gobernar
que yo me voy a Olivos’. Tuvo un trato con la gente diferente a todos,
un contacto cuerpo a cuerpo”.
–Y después, el desafío de fotografiar a una mujer.
–Y
sí, porque ¿qué pasa si le sacás una foto a tu hija y sale mal (se
ríe)?, pero Cristina fotografía muy bien. No me gusta proponerle fotos a
los presidentes, pero el día que asumió le pedí que se sentara en el
sillón con los atributos. Esa fue mi primera foto interesante de ella,
después de la foto que el marido le entrega los atributos, que era toda
una novedad.
Y cuenta que Cristina reconoce su tarea. “Hay
imágenes y fotografías que son más fuertes que mil palabras”, dijo la
Presidenta, emocionada, cuando en la última cumbre iberoamericana le
regaló al presidente brasileño una obra de arte inspirada en una foto de
Bugge, que muestra a Néstor Kirchner y a Lula unidos en un abrazo. “Un
reconocimiento inolvidable”, asegura.
El paso del hombre
Fuera
de la Casa de Gobierno y dentro de la desparecida cárcel de Caseros, la
cámara de Bugge escribió una página aparte. Acaso marcado por el legado
de su padre, el fotógrafo de los presidentes fue en busca de otro
legado en el edificio vacío para reconstruir otra historia. Un eco de
aquellos días suena en el tono de su voz. “Quería ver qué había dejado
el paso del hombre. Fue una experiencia muy fuerte la soledad de la
cárcel. Había una energía que me hacía doler el cuerpo cada vez que
entraba. Saqué 6.000 fotos de lo que estaba escrito en las paredes, y de
grandes dibujos, obras de arte. Lamenté muchísimo que la tiraran abajo
porque habría sido un museo impresionante del paso del hombre”.
Con cuatro hijos, Bugge se ilusiona con Víctor, que continúa la
tradición familiar iniciada por el abuelo Miguel y que sigue sus pasos
en la Rosada. “Es el que va a heredar mi cámara”.
–¿Qué hace en su tiempo libre?
–Estoy acá (ríe).
–Entonces nada de deportes ni de pasatiempos.
–Cocino
bien, pero nada más. Es que estoy todo el día pensando en la
fotografía, en generar imágenes, todo lo veo a través de una cámara. Por
ahí se me volaron algunos pajaritos (se ríe), pero esta profesión es
así.
Como a los presidentes, como a las paredes de Caseros con sus
huellas humanas, Bugge busca personas con su cámara. “Me gusta
fotografiar a la gente, pero con respeto. Una vez miraba a un fotógrafo
sacando fotos a una persona comiendo de la basura, que se iba contento
como si hubiese cazado una presa, y le pregunté por qué antes no se
acercó a hablarle al hombre. Yo también me encontré con gente en estado
de promiscuidad y eran tipos que habían leído más que cualquier profesor
de literatura, y eso me marcó mucho. Uno no puede agredir con una
cámara más de lo que el sistema o la vida agredieron al tipo, porque hay
que estar comiendo ahí. Eso de ir de caza yo no lo acepto como
profesional”.
–Además de lo que aprendió con sus maestros, ¿qué le enseñó la fotografía en estos años? Bugge vuelve a pasarse una mano por su cara, se queda pensando:
–Me enseñó a vivir, a respetar al otro. Detrás de la cámara debe haber alguien respetuoso.
“Esta es mi vida”
A
los 54 años y con más de 30 de profesión, la carrera de Bugge puede
compararse con la del fotógrafo papal Arturo Mari, que trabajó cerca de
50 años en el Vaticano y con la de Santiago Borja, fotógrafo de la
familia real española desde hace más de 30. “Pero no hay antecedentes en
el mundo de un fotógrafo presidencial durante tantos años”, dice
Bugge. Y por eso, en el futuro se vislumbra tratando de organizar su
obra, su experiencia. “Los muchachos jóvenes, los estudiantes, me piden
muchos consejos; entonces la idea es buscar un lugar para compartir
tantos años de trabajo. Muchos me dicen que estoy en una posición
privilegiada, ¡pero es una posición que exige mucho más!”.
–¿Cómo es su relación con los presidentes?
–Cordial.
Hablo más con ellos cuando se van, porque mientras están en función
una relación de amistad puede inhibirme como profesional. Trato de
hacer mi trabajo sin hablar, de hablar con la cámara.
–¿Alguna vez pensó en irse de acá?
–Tuve
momentos de duda, pero adónde voy a ir. Pasé aquí más de la mitad de
mi vida, esto es mi vida. Yo amo lo que hago, soy un fanático de mi
trabajo. Sí, me gustaría tener un lugar para mostrar mi trabajo de
manera continua.
–Porque ha expuesto varias veces.
–Por
casi todo el país. Al principio creí que a la gente no le gustaría ver
fotos de políticos, pero debo tener más de 20 firmas de los visitantes
y son todos elogios. La posibilidad de recordar, de ver todo lo que
pasó, la gente la agradece mucho.
–¿Y alguna vez pensó que se iba por decisión de otro?
-Y...
sí. Cuando llegaron los radicales creían que yo era del Proceso; los
peronistas, que era radical; hasta que se van dando cuenta de que yo no
soy político, que hago fotos. Aparte, soy un agradecido a los medios
porque todo el arco ideológico del periodismo valora mi material.
Sé
que en algunos momentos paran las rotativas esperando las fotos de
Presidencia, y eso me hace bien, me da energía para rato. En la
administración pública podés cobrar el sueldo y desarrollar tu
actividad, pero además podés agregarle valor con el cariño y las ganas
que le ponés a la profesión. Y es lo que trato de hacer, se lo deberé a
mi papá, a mis maestros.
Alejado completamente del Photoshop, que
dejará para divertirse cuando se jubile, Bugge elogia la
digitalización, la foto al instante. “Pero me preocupa la durabilidad
de las imágenes porque los archivos se van perdiendo. Otro problema es
el abuso que permite la cámara digital, porque la fotografía siempre es
una, no son dos ni 10, es una.” Del tiempo de la fotografía analógica
resalta los viajes, cuando “tenía que armar la cubeta en el baño; en el
inodoro, la ampliadora; en el bidé, el revelador; oscurecer los
vidrios, revelar dentro de un ropero. Ahora sacás la tarjeta, la ponés
en la computadora y en cinco minutos tenés la fotos para mandar”.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/suplementos/temas/solo-para-presidentes#